martes, 30 de mayo de 2006

Rutina

Faltaban cinco minutos para que terminara su turno y después haría lo mismo de todos los dias. Iría al baño a cambiarse de ropa, se despediría del imbécil de su jefe y saldría de aquel restaurante de mala muerte.
Luego en la calle, sacaría su paquete de fortuna y encendería un cigarro de camino al autobus. La mitad se consumiría en el suelo, el bus siempre era puntual, pero le daba igual. Al montarse, estaría allí aquel conductor moreno, con cara de salido, que le echaría el mismo vistazo obsceno de todos los días, como si estudiase si había cambiado alguna molécula de su pecho.
Veinte minutos después, llegaría a su calle y esperaría otros cinco sentada en su portal, con un nuevo cigarro entre los dedos, a que pasara uno de sus vecinos del bloque de al lado.
Siempre le esperaba, hacía mucho tiempo descubrió que tenian turnos similares, y siempre, cuando pasaba, le dedicaba la misma sonrisa de niña de seis años, sin atreverse siquiera a abrir la boca para saludarle. Daba igual, él ya tenía novia.

Mas tarde entraría en el portal, en el ascensor, pulsaría el boton redondo con un cuatro, y este le transportaría a la puerta de su casa, de su mundo. Y cuando abriese la puerta, wilma ladraría y correría en circulos alrededor de ella, pidiendo juego, y comida. Como siempre. Por último, antes de dejar que la alcanzase el sueño con las mentiras y fantasías de la televisión, volvería a abrir aquella revista sobre alquiler y venta de pisos. Todas las semanas la compraba puntualmente, y si le pusieran un examen, podría decir el precio y número de habitaciones de casi cualquier piso en decenas de kilómetros a la redonda. Pero sólo miraba y estudiaba. Siempre con un fanatismo desmesurado, cual mirón al que le han regalado un agujero en la pared por el que ver todo lo que hacen el resto de sus vecinos.
Nunca se atrevía a dar el paso, siempre el miedo la hacía volver a la rutina. Miedo a no encontrar otro trabajo, miedo a cambiar la ruta de vuelta a casa, miedo a decirle algo a su amor platónico, por si la rechazaba y perdia aquella mágia que le decía que él era el amor de su vida. De esta forma al menos mantendría la ilusión.
Y miedo a cambiar de vida, a vender aquel piso que le dejaron sus padres al morir, y comprar o alquilar otro en otra cuidad, en otro sitio lejos del restaurante, del conductor de autobus, y de la frustración de su amor.

Pero aquel dia, mientras se despedía de su jefe y salía por la puerta del restaurante para seguir con su rutina, algo pasó. Nunca supo si fue que el sol brillaba mas de lo normal, o que el aire transportaba algún tipo de sustancia, o tal vez la ausencia de ella, pero decidió que debía hacer algo. Y aquella tarde al salir del trabajo, empezó por coger el metro en lugar del autobús...

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