domingo, 12 de marzo de 2006

Bandido (Maldito: Parte primera)

El cuerpo se derrumbó inerte sobre la tierra seca.

- Otra vez lo has hecho fatal - La espada era majestuosa. La hoja curva, larga, y tan afilada que podía cortar incluso el silencio. La empuñadura era entera de oro, con joyas que refulgían en infinidad de colores, mostrando un dragón con ojos de azabache exhalando un aliento de rubíes. Era una obra de arte magnífica. Pero su voz sonaba como el entrechocar de dos cacerolas.

- Pues el cadaver que hay en el suelo no es mío. No creo que haya ido tan mal.

- Si. Ya. Pero mirate el pecho y esa pierna, listo. Hasta aquel árbol tiene mejor juego de piernas que tú. - Tenía razón, la pernera derecha y la vieja camisa de Garold empezaban a teñirse de un tono carmesí.

- No son mas que rasguños, eso se cura dentro de un rato en la posada con unas cervezas. - Mientras hablaba, sus manos revolvían entre las pertenencias del cuerpo que tenía a sus pies.

- Pensarás enterrarle ahora, ¿no?.

- No.

- ¿Por qué?.

- Porque está anocheciendo y no hay tiempo. Y además era un bandido.

- ¿Y por eso le estás saqueando?.

- Si.

- ¿Y dices que él era el bandido?.

- Si.

- Pues viva el heroísmo.

- Déjame en paz.

- Y cuando termines, qué toca, ¿profanar cadáveres o violar doncellas?

- Pues como no te calles, lo que te va a tocar a tí es volver al castillo donde te encontré. O a lo mejor te vendo. Seguro que me darían un buen montón de dinero.

- Ya, seguramente. Pero está por medio el detalle de que estás maldito y no puedes separarte de mí. Vaya, yo sólo te lo recuerdo. Sin animo de ofender. No es por desanimarte. Siempre con mis respetos.

Garold inspiró y expiró varias veces intentando encontrar la calma mientras echaba a andar, siguiendo el camino serpenteante que les llevaba de vuelta a la cuidad. Y a la posada. A veces la espada le sacaba de sus casillas. Pero tenía razón, estaba maldito. No podía separarse mas que unos metros de ella sin que el dolor de cabeza fuera insoportable. En qué momento se le ocurriría investigar en el pasadizo. Por eso le llaman pasadizo y no pasillo. Si está detras de una puerta secreta, será por algo, para pasar de largo por ejemplo. Pero no, él tuvo que entrar a investigar, y luego pasa lo que pasa. Y a Garold le pasó.

- Eh. - El familiar sonido de cacerolas le sacó de su ensoñamiento.

- Cállate.

- ¿En serio vas a dejar allí a aquel hombre?

- ¿Si vuelvo y le entierro te callarás?

- Si.

- Un dia entero.

- Hasta mañana.

- Hasta mañana por la noche. Veinticuatro horas.

- Entonces no. ¿Qué mas me da a mi que dejes allí el cuerpo en mitad del camino?. Tú has sido quién le ha matado, debería cargar sobre tu conciencia. Seguro que tenía mujer e hijos, y que les encantaría encontrarse con el cuerpo allí tirado, con animales comiendoselo, o haciendo alguna de esas cosas que haceis los seres vivos, yo que se. Seguro que...

- VALE. Hasta mañana por la mañana, pero callate, por favor, ya voy. - Si le hubiesen preguntado en ese mismo momento, Garold habría asegurado que la espada tenía una mueca burlona. No habría sabido decir exactamente en qué parte podría tener eso un trozo de oro y metal, pero lo habría jurado por la dignidad de su propia madre.

Parecía que la noche iba a ser mas larga de lo normal.


Continuará...

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