domingo, 12 de marzo de 2006

Actualización....

Vale, esta vez me voy a permitir una entrada propia mas que un comentario en uno de mis relatos para dar la noticia de que, por fin despues de mucho tiempo, le he dado un poco de vida a esto. Por fin he pasado todos los relatos que tenía en mi blog de msn, ahí los teneis todos a la derecha, incluídos dos nuevos que he subido esta madrugada.

Si. Dos. Dos cosas que tenía pendientes. Una conmigo, escribir, y otra, terminar un par de dedicatorias que debía...

Bueno, no me enrollo y os dejo que leais un poco ;-)

Saludos!


Patrones

Todavía recuerdo a aquel muchacho.

Podía haber sido otra persona sin nombre, otro rostro fugaz como los que cruzan miles de veces por delante nuestra, cada vez con un nombre distinto.
Pero el muchacho supo esquivar hábilmente esa danza del olvido cuando formuló aquella pregunta.

Siempre he sido de los que piensan que existen únicamente una docena de tipos de personas, y que cuando naces, hay algún mecanismo que te coloca dentro de uno de esos patrones. Pero muy raramente, una reacción inverosímil en un momento inconcebible, o una intensidad imposible en una mirada, demuestran que tal vez una docena es un número pequeño para clasificar a la gente.

Y eso mismo cruzó por mi cabeza y dibujó una sonrisa en mi cara cuando aquel muchacho lanzó su extraña pregunta en el momento mas insólito.

Supongo que uno no está preparado todos los dias para decidir qué pieza del tetris sería si tuviera que elegir...

Compañía

La melodía empezó a sonar, y en un momento la plaza estaba llena de gente que curioseaba, lanzando preguntas sin descanso para ver si alguien conocía al extraño apoyado en la fuente.

Las miradas hostiles o de desconfianza se tornaron en admiración, mientras la música se transformaba, embelesando a todo el público reunido, deleitándoles con un torrente de emociones que tan pronto les arrancaban risas como lágrimas. Cuando al son de una canción mas que alegre apareció flotando detras de aquel hombre una banda musical entera, toda la plaza soltó una exclamación de asombro. A nadie pareció preocuparle que fueran figuras flotantes semi transparentes, el sonido era lo que importaba y todos estaban extasiados, prestando atención únicamente a las notas musicales. Llenándose con ellas los oidos y el alma.


- Que aburrimiento. - dijo el guardabosques - ¿Cuando vamos a la posada?.

- Yo también me aburro. - Esta vez hablaba el joven semidesnudo, muy moreno y musculado en exceso.

- Callaos y dejad a Elmer que toque. Al fin y al cabo es lo que mas le gusta. - El Hombre embutido en la inmensa armadura parecía, allí apoyado en la pared de brazos cruzados, el mas tranquilo de todos, pero tampoco la armadura dejaba al descubierto lo suficiente como para asegurar una cosa así.

- Querrás decir lo único que hace bien... - Pese a estar a una distancia considerable, Radagast pareció notar una levísima alteración en la música tras su comentario, pero cuando miró a Elmer, allí estaba tan alegre tocando su bandurria, así que decidió hacer como quien no había escuchado nada. - Además, siempre toca lo mismo en cada pueblo. Yo quiero irme ya.

- Siempre toca lo mismo pero tiene éxito y saca dinero. Y vosotros, Akrei y Buliwyf, que por cierto, podrias taparte un poco, tened paciencia. Podeis hacer como yo y poneros a rezar un poco. - En ese momento, el hombre de la armadura se arrodilló, puso ambas manos en el puño de su espada y empezó a cantarle a su dios.

-Epigostrial, a veces no se quién es mas tonto, si Elmer o tú. - Era el guardabosques, Akrei, quien dijo las palabras antes de que el tono de la música cambiase de nuevo. De repente, y sin poder controlar su cuerpo, se encontraba avanzando hacia el centro de la plaza, flexionando arriba y abajo codos y rodillas en un baile ridículo pero perfectamente coordinado con la música.

Las carcajadas del público y las monedas volando contrastaron con el miedo que palideció el rostro de sus compañeros.

Y desde entonces, durante una larga temporada en su aún mas largo viaje, ninguno puso quejas sobre la música...




Ok, os explico... hace muucho tiempo empezó un proyecto para escribir una historia... (Mas detalles aquí)
Se que he soltado mucha gente y muchos nombres en poco espacio, pero era un pequeño relato a modo de anécdota. Sé que a quienes no conoceis de antemano a los personajes os va a costar cogerlo, pero que no los conocierais antes es únicamente culpa mia y le iré poniendo remedio poco a poco... hasta que les cojais el cariño que ya les tenemos algunos.

Saludos,


Maldito


Bandido.


El cuerpo se derrumbó inerte sobre la tierra seca.

- Otra vez lo has hecho fatal - La espada era majestuosa. La hoja curva, larga, y tan afilada que podía cortar incluso el silencio. La empuñadura era entera de oro, con joyas que refulgían en infinidad de colores, mostrando un dragón con ojos de azabache exhalando un aliento de rubíes. Era una obra de arte magnífica. Pero su voz sonaba como el entrechocar de dos cacerolas.

- Pues el cadaver que hay en el suelo no es mío. No creo que haya ido tan mal.

- Si. Ya. Pero mirate el pecho y esa pierna, listo. Hasta aquel árbol tiene mejor juego de piernas que tú. - Tenía razón, la pernera derecha y la vieja camisa de Garold empezaban a teñirse de un tono carmesí.

- No son mas que rasguños, eso se cura dentro de un rato en la posada con unas cervezas. - Mientras hablaba, sus manos revolvían entre las pertenencias del cuerpo que tenía a sus pies.

- Pensarás enterrarle ahora, ¿no?.

- No.

- ¿Por qué?.

- Porque está anocheciendo y no hay tiempo. Y además era un bandido.

- ¿Y por eso le estás saqueando?.

- Si.

- ¿Y dices que él era el bandido?.

- Si.

- Pues viva el heroísmo.

- Déjame en paz.

- Y cuando termines, qué toca, ¿profanar cadáveres o violar doncellas?

- Pues como no te calles, lo que te va a tocar a tí es volver al castillo donde te encontré. O a lo mejor te vendo. Seguro que me darían un buen montón de dinero.

- Ya, seguramente. Pero está por medio el detalle de que estás maldito y no puedes separarte de mí. Vaya, yo sólo te lo recuerdo. Sin animo de ofender. No es por desanimarte. Siempre con mis respetos.

Garold inspiró y expiró varias veces intentando encontrar la calma mientras echaba a andar, siguiendo el camino serpenteante que les llevaba de vuelta a la cuidad. Y a la posada. A veces la espada le sacaba de sus casillas. Pero tenía razón, estaba maldito. No podía separarse mas que unos metros de ella sin que el dolor de cabeza fuera insoportable. En qué momento se le ocurriría investigar en el pasadizo. Por eso le llaman pasadizo y no pasillo. Si está detras de una puerta secreta, será por algo, para pasar de largo por ejemplo. Pero no, él tuvo que entrar a investigar, y luego pasa lo que pasa. Y a Garold le pasó.

- Eh. - El familiar sonido de cacerolas le sacó de su ensoñamiento.

- Cállate.

- ¿En serio vas a dejar allí a aquel hombre?

- ¿Si vuelvo y le entierro te callarás?

- Si.

- Un dia entero.

- Hasta mañana.

- Hasta mañana por la noche. Veinticuatro horas.

- Entonces no. ¿Qué mas me da a mi que dejes allí el cuerpo en mitad del camino?. Tú has sido quién le ha matado, debería cargar sobre tu conciencia. Seguro que tenía mujer e hijos, y que les encantaría encontrarse con el cuerpo allí tirado, con animales comiendoselo, o haciendo alguna de esas cosas que haceis los seres vivos, yo que se. Seguro que...

- VALE. Hasta mañana por la mañana, pero callate, por favor, ya voy. - Si le hubiesen preguntado en ese mismo momento, Garold habría asegurado que la espada tenía una mueca burlona. No habría sabido decir exactamente en qué parte podría tener eso un trozo de oro y metal, pero lo habría jurado por la dignidad de su propia madre.

Parecía que la noche iba a ser mas larga de lo normal.



Cadaver.


- Algo no va bien.

En cualquier otro caso, Garold habría reñido a su espada por incumplir su promesa de silencio, pero no en ese caso. Mas de una vez le habían salvado la vida aquellas palabras con ese peculiar acento de óxido. Se acurrucó instintivamente contra un arbol, escudriñando en la creciente oscuridad el tramo del camino donde poco antes había acabado con la vida de una persona.

- ¿Dónde está el cuerpo? no ha pasado mucho tiempo, y no hemos escuchado cascos de caballos, no puede haber sido la guardia de la ciudad. - Sus palabras eran un mero susurro. Nadie mas que él podía oir lo que decía su arma, pero por desgracia, Garold aún no había aprendido a comunicarse como ella y todavía necesitaba las palabras.

- Pues eso me gustaría saber a mi también. Esto no significa que te hayas librado de enterrarlo.

Con un resoplido de cansancio, Garold volvió a asomar la cabeza. Su vista empezaba a fallar por la oscuridad, pero no veía nada anormal. Al menos nada más anormal que la desaparición del cadaver, claro está.

- Deberías ir a mirar.

- Primero quiero inspeccionar el terreno.

- Alguien se lo habrá llevado y nos está sacando ventaja. Los muertos no andan.

- Ni las espadas hablan, así que callate ya de una vez y déjame a mi ocuparme de esto. Que encima es culpa tuya por hacerme volver.

- ¿¡Que!? ¿¡Culpa mía!? Mira, te recuerdo que...

- Tshhhh

- No me pienso callar, que lo sepas, estamos aqui porque tú eres un irresponsable que siempre hace lo que le viene en gana, no piensas en las consecuencias de tus actos, así nunca vas a...

- Ser un caballero, blablabla, ya me conozco tu discurso, ahora cállate.

Pero la espada no se calló. Por suerte, en momentos de tensión, Garold había desarrollado la concentración suficiente para ignorar las palabras que se pronunciaban en tono metálico. Lentamente, y pasando de un árbol a otro, se acercó a la zona donde un rato antes estaba el cuerpo. Un rastro de sangre se dirigía a través de unos arbustos al este, en dirección a un pequeño bosque de robles en mitad de aquella masificación de pinos y hayas.

Su tensión flaqueó el tiempo suficiente para volver a escucharla.

- Mira, hay que ir hacia el este.

- Dime algo que no sepa.

- Perdoneme el señor sabelotodo.

Empezó a rodear los arbustos, acercándose poco a poco al rastro que el cadaver había dejado en el manto verde del suelo. Siguió un rato esta dirección hasta que vió a dónde se dirigía. Unos metros detrás del bosquecillo de robles se erguía una formación rocosa, en parte oculta por la vegetación. Parecía como si el suelo, tan verde en esa zona, tuviera un chichón hecho de piedra. El rastro llegaba justo hasta una grieta, no mas grande del tamaño de Garold, que descendía en la oscuridad.

- Que mala pinta tiene esto. - La necesidad de comunicación de la espada parecía mayor que la del resto de especies conocidas.

- No me digas que ahora vas a ser tú quién tiene miedo.

- ¿Yo? ¿Miedo? te recuerdo que, como dices tú, soy un trozo de metal. El metal no tiene miedo. Es frio, letal, no siente el dolor. Así que no me vengas con esas.

- Que tienes miedo.

- Cállate.

- ¿Cómo?. Perdona, ¿Cómo? ¿Ahora eres tú quien me pide que me calle? Esto sí que tiene gracia. - Sin darse cuenta, la eufória hizo que Garold subiera el tono de su voz mas allá de lo que se consideraba recomendable en una incursión silenciosa. Se dió cuenta cuando la cicatriz que hendía la roca y servia como entrada, estalló en un gruñido estridente que pareció cortar de un plumazo toda la paz que pudiera albergar la noche.

- ¿Qué ha sido eso?

- Mierda. Pues creo que eso significa que es hora de utilizarte, así que portate bien. ¿No querías a tu ladrón de cadáveres? - Mientras escuchaba unas pisadas acercándose, Garold se alejó unos metros de la grieta, blandió el arma con una mano, y se preparó para enfrentarse a lo que fuese que estaba por salir.




Criatura.


El gruñido y las pisadas fueron perdiendo intensidad poco a poco. Garold seguía con la misma postura, desafiante, esperando a la bestia secuestradora de cadáveres que habría de salir de la gruta.

Súbitamente volvió a escuchar el gruñido, esta vez mucho menos estridente, y de la oscuridad de la entrada pareció materializarse un hocico, seguido del resto de partes que formaban el cuerpo de un lobo. Su expresión mostraba una rabia dificil de contener entre los colmillos teñidos de sangre, pero toda apariencia feroz era burlada por su tamaño.

- Mmmmmmm. - Garold bajó la espada. - Ahí tienes a tu ladrón de cadáveres. -

- No deberías dejar tu postura, tiene pinta de fiero.

- Sí. Tiene pinta de fiero. Y su madre seguro que tendría mas. -

Dió un paso hacia delante y la fiera reculó un poco, mostrando de nuevo sus colmillos ensangrentados.

- Mira lo que hago. - Le dedicó una mueca burlona a la espada, abriendo la boca y guiñando un ojo.

- Que pretendes hacer, no seas loco, ¡¡que tiene colmillos!!.

Un grito que cualquiera hubiera identificado con la matanza de un animal o con una tribu salvaje emergió de la garganta de Garold, mientras corría hacia la roca haciendo aspavientos con la mano de la espada. La bestia feróz de repente centró toda su atención en algo que habría en lo mas profundo de la gruta y volvió corriendo en aquella dirección.
Por primera vez, a la risa de Garold se sumó la de su arma, que con su entonación hacía que pareciese un concurso de niños apedreando sartenes.

- Bueno, ¿puedo ir ya a la posada?. - No diría nada, pero las heridas que había sufrido antes no dejaban de molestarle.

- Todavía no has enterrado el cuerpo.

- Pero que cabezota eres, ¿pues no ves que ahora el cuerpo es de ese lobo?.

- Un caballero bajaría a darle sepultura al cuerpo.

- Un caballero no habría gritado como un poseso a un pobre lobo.

- Mejor me lo pones. Venga, vamos.

- Vale, bajaremos, pero si luego el lobo me ataca y tengo que matarlo, no protestes también.

Extrañamente la espada no hizo ninguna réplica.

Tras el rato que le costó improvisar una antorcha, la bajada fué sorprendentemente fácil. Pese a la apariencia externa de la gruta, al avanzar unos metros la grieta se ensanchaba, formando un camino descendente perfectamente regular. Poniéndo baldosas en el suelo y antorchas en las paredes, y limpiando la espesa capa de polvo de las paredes, podía haber pasado perfectamente por los subterráneos de un castillo. Y Garold les cogió un miedo irracional a esos sitios desde un pequeño incidente en el que conoció a su espada. Aún así, fueron las cacerolas las que sonaron en modo de protesta.

- Esto no me huele bien.

- Ya estamos. ¿De qué te quejas ahor.. - Un vuelco de su sistema nervioso, unido al pequeño salto que dió hacia atrás le impidieron terminar la frase. Tardó un poco en darse cuenta que el susto lo había provocado con su propia voz. Aquel tunel tenía una acústica por la que habrían matado muchos fabricantes de instrumentos musicales.

- Tienes razón, este sitio no es normal - Esta vez pronunció las palabras en un mero susurro, pero aún así, el pasillo se las devolvió a sus oidos como si de un grito se tratase. No parecía un buen sitio para contar secretos.

- Ahora puedo decirte lo que quiera sin que puedas responderme, ¿verdad?. No querras hacerte daño en los oídos.

Garold fulminó el arma con una mirada, pero ignoró la voz metálica que resonaba en su cabeza y siguió descendiendo por el corredor sin hacer más comentarios, con la antorcha dibujando sombras en las paredes que bailaban burlonas al ritmo que marcaban sus pisadas. Tras haber bajado una distancia mas que considerable, preguntándose cosas como a dónde llevaría ese pasillo y dónde estaría el centro de la tierra, terminó la pendiente y vislumbró la sala. No era muy grande, aproximadamente del doble del ancho del pasillo, pero al ser circular daba un aspecto mucho mas solemne que el resto. Lo único que había allí, era una columna con extraños grabados en el centro, y justo en la base de ésta, se encontraba el cuerpo. La bestia abominable se encontraba justo delante, protegiendo su festín, junto con otras dos criaturas de su misma especie pero aún mas jóvenes. Al entrar en la sala con la antorcha en una mano y la espada en la otra, extrañado, notó que los nuevos gruñidos y sus pisadas volvían a tener la resonancia que deberían.

- ¿Y ahora que?, ¿cuál es tu plan?, oh, espada sabia.

- Podrías asustarles, como hiciste arriba.

- Ya. Como no hacen los caballeros, ¿verdad?. Si al final te gusta mi estilo.

Garold se apartó del pasillo poniendose en uno de los extremos de la sala circular y dejó la antorcha en el suelo, confiando en que los lobos corrieran hacia la salida de la cueva. Sin mirar, apoyó una mano en la pared para afianzar su postura antes de su grito de guerra, y entonces, notó como ésta se hundía ligeramente entre la capa de polvo, y un trozo de roca cedió unos centimetros. Los grabados de la columna titilaron un momento en un tono dorado, sólo un breve parpadeo, y un estrépito resonó en toda la sala, inundándola de polvo y espantándo a las fieras, que echaron a correr de vuelta a la naturaleza olvidando el cuerpo que dejaban allí. Un trozo de la pared empezó a separarse de donde estaba unos momentos antes, formando una puerta abierta en el extremo opuesto a donde estaba Garold. Y la sala dejó de retumbar.

- Mira, grandullón, ¡has descubierto una puerta secreta!

Pero el grandullón tenía en la cara una mueca descompuesta y no respondió.



Cerveza (Epílogo).


- Camarero, otra cerveza.

- ¿No estas bebiendo mucho?.

- Si, es cierto, ¿no estas bebiendo mucho?.

- Dejadme en paz... - Garold apuró la cerveza que tenía delante de un trago, esperando la siguiente. De repente arrancó a llorar como un niño pequeño. - ¿Por qué?. ¿Por qué?. ¿Por qué?.

- No pasa nada, grandullón.

- Si, es cierto, no pasa nada, no llores.

- Mira que habrá pocos... tal vez dos en el mundo... seguro que lo teníais planeado.

- No

- No. Yo no sabía nada. De verdad.

En ese momento apareció el tabernero con la cerveza, mientras Garold seguía haciendo pucheros. Se la bebió entera de un trago, apoyó la cabeza en la mesa y siguió maldiciéndose por su curiosidad y por su mala suerte, mientras la espada y las botas discutían de sus cosas....

Nubes

- ¿Qué ves ahí?

- Un pez.

- ¿Un pez?

- Si, mira, eso es la aleta, y ahí tiene los ojos. - Tras dibujar el pez con su dedito señalando a las nubes, pintó en su boca la sonrisa mas grande que él había visto en mucho tiempo.

- ¿Y por qué estaría un pez tan arriba? - Lo dijo guiñandole un ojo, allí tumbados, mientras arrancaba pequeñas briznas de hierba con una mano y revolvía los rizos dorados de ella con la otra.

- No lo se. ¿Tu lo sabes, papa?.

- Claro.

- Cuentameloooooooooo, por favor.

- Pues ese fué el gran pez Pópolo, que soñaba con salir del mar para volar como lo hacían los pájaros. - La niña mostró una mueca de asombro como únicamente puede aparecer en la cara de una niña de cinco años.

- ¿Que le pasó a Pópolo?

- Sus padres siempre le habían advertido acerca de los pájaros, para que no se acercara a la superficie. Los pájaros a veces son malos y se comen a los peces, ¿sabes?. Pero Pópolo desobedecía a sus padres constantemente. Su sueño era volar también, y le fascinaba acercarse a la superficie para verles flotando por el cielo libremente.
Un día, pese a que todos le decían que no podría, decidió que intentaría volar. Pensó que cuando saliera a la superficie le crecerían alas, así que se fue hacia el fondo, cogió impulso, y empezó a nadar otra vez hacia arriba con todas sus fuerzas.

- ¿Y voló?

- Claro, tu acabas de verle. Pópolo tomó impulso, saltó fuera del agua, y nadie volvió a verle nunca dentro del mar. Todos pensaban que se lo había comido un pájaro, pero no fué así, y desde aquel día, cada cierto tiempo se le podía ver por unos momentos como una nube flotando en el cielo. Somos unos privilegiados por haberle visto. Mira otra vez el cielo.

- ¡Ya no está!

- Te lo dije, somos unos privilegiados. Así que cuando alguna vez veas una nube con forma de pez, acuerdate de que si lo deseas con mucha fuerza, tú también puedes conseguir tus sueños...

La niña se quedó muda, con sus ojos brillando de inocencia y admiración.

- Y ahora, ¿qué ves en aquella otra?

Su mente se encontraba en plena ebullición, y apenas tardó unos segundos en encontrarle parecido con algún otro animal, del que su padre siempre tenía una historia...

Cerveza (Maldito: Epílogo)

- Camarero, otra cerveza.

- ¿No estas bebiendo mucho?.

- Si, es cierto, ¿no estas bebiendo mucho?.

- Dejadme en paz... - Garold apuró la cerveza que tenía delante de un trago, esperando la siguiente. De repente arrancó a llorar como un niño pequeño. - ¿Por qué?. ¿Por qué?. ¿Por qué?.

- No pasa nada, grandullón.

- Si, es cierto, no pasa nada, no llores.

- Mira que habrá pocos... tal vez dos en el mundo... seguro que lo teníais planeado.

- No

- No. Yo no sabía nada. De verdad.

En ese momento apareció el tabernero con la cerveza, mientras Garold seguía haciendo pucheros. Se la bebió entera de un trago, apoyó la cabeza en la mesa y siguió maldiciéndose por su curiosidad y por su mala suerte, mientras la espada y las botas discutían de sus cosas....



FIN ;-)

Criatura (Maldito: Parte tercera)

El gruñido y las pisadas fueron perdiendo intensidad poco a poco. Garold seguía con la misma postura, desafiante, esperando a la bestia secuestradora de cadáveres que habría de salir de la gruta.

Súbitamente volvió a escuchar el gruñido, esta vez mucho menos estridente, y de la oscuridad de la entrada pareció materializarse un hocico, seguido del resto de partes que formaban el cuerpo de un lobo. Su expresión mostraba una rabia dificil de contener entre los colmillos teñidos de sangre, pero toda apariencia feroz era burlada por su tamaño.

- Mmmmmmm. - Garold bajó la espada. - Ahí tienes a tu ladrón de cadáveres. -

- No deberías dejar tu postura, tiene pinta de fiero.

- Sí. Tiene pinta de fiero. Y su madre seguro que tendría mas. -

Dió un paso hacia delante y la fiera reculó un poco, mostrando de nuevo sus colmillos ensangrentados.

- Mira lo que hago. - Le dedicó una mueca burlona a la espada, abriendo la boca y guiñando un ojo.

- Que pretendes hacer, no seas loco, ¡¡que tiene colmillos!!.

Un grito que cualquiera hubiera identificado con la matanza de un animal o con una tribu salvaje emergió de la garganta de Garold, mientras corría hacia la roca haciendo aspavientos con la mano de la espada. La bestia feróz de repente centró toda su atención en algo que habría en lo mas profundo de la gruta y volvió corriendo en aquella dirección.
Por primera vez, a la risa de Garold se sumó la de su arma, que con su entonación hacía que pareciese un concurso de niños apedreando sartenes.

- Bueno, ¿puedo ir ya a la posada?. - No diría nada, pero las heridas que había sufrido antes no dejaban de molestarle.

- Todavía no has enterrado el cuerpo.

- Pero que cabezota eres, ¿pues no ves que ahora el cuerpo es de ese lobo?.

- Un caballero bajaría a darle sepultura al cuerpo.

- Un caballero no habría gritado como un poseso a un pobre lobo.

- Mejor me lo pones. Venga, vamos.

- Vale, bajaremos, pero si luego el lobo me ataca y tengo que matarlo, no protestes también.

Extrañamente la espada no hizo ninguna réplica.

Tras el rato que le costó improvisar una antorcha, la bajada fué sorprendentemente fácil. Pese a la apariencia externa de la gruta, al avanzar unos metros la grieta se ensanchaba, formando un camino descendente perfectamente regular. Poniéndo baldosas en el suelo y antorchas en las paredes, y limpiando la espesa capa de polvo de las paredes, podía haber pasado perfectamente por los subterráneos de un castillo. Y Garold les cogió un miedo irracional a esos sitios desde un pequeño incidente en el que conoció a su espada. Aún así, fueron las cacerolas las que sonaron en modo de protesta.

- Esto no me huele bien.

- Ya estamos. ¿De qué te quejas ahor.. - Un vuelco de su sistema nervioso, unido al pequeño salto que dió hacia atrás le impidieron terminar la frase. Tardó un poco en darse cuenta que el susto lo había provocado con su propia voz. Aquel tunel tenía una acústica por la que habrían matado muchos fabricantes de instrumentos musicales.

- Tienes razón, este sitio no es normal - Esta vez pronunció las palabras en un mero susurro, pero aún así, el pasillo se las devolvió a sus oidos como si de un grito se tratase. No parecía un buen sitio para contar secretos.

- Ahora puedo decirte lo que quiera sin que puedas responderme, ¿verdad?. No querras hacerte daño en los oídos.

Garold fulminó el arma con una mirada, pero ignoró la voz metálica que resonaba en su cabeza y siguió descendiendo por el corredor sin hacer más comentarios, con la antorcha dibujando sombras en las paredes que bailaban burlonas al ritmo que marcaban sus pisadas. Tras haber bajado una distancia mas que considerable, preguntándose cosas como a dónde llevaría ese pasillo y dónde estaría el centro de la tierra, terminó la pendiente y vislumbró la sala. No era muy grande, aproximadamente del doble del ancho del pasillo, pero al ser circular daba un aspecto mucho mas solemne que el resto. Lo único que había allí, era una columna con extraños grabados en el centro, y justo en la base de ésta, se encontraba el cuerpo. La bestia abominable se encontraba justo delante, protegiendo su festín, junto con otras dos criaturas de su misma especie pero aún mas jóvenes. Al entrar en la sala con la antorcha en una mano y la espada en la otra, extrañado, notó que los nuevos gruñidos y sus pisadas volvían a tener la resonancia que deberían.

- ¿Y ahora que?, ¿cuál es tu plan?, oh, espada sabia.

- Podrías asustarles, como hiciste arriba.

- Ya. Como no hacen los caballeros, ¿verdad?. Si al final te gusta mi estilo.

Garold se apartó del pasillo poniendose en uno de los extremos de la sala circular y dejó la antorcha en el suelo, confiando en que los lobos corrieran hacia la salida de la cueva. Sin mirar, apoyó una mano en la pared para afianzar su postura antes de su grito de guerra, y entonces, notó como ésta se hundía ligeramente entre la capa de polvo, y un trozo de roca cedió unos centimetros. Los grabados de la columna titilaron un momento en un tono dorado, sólo un breve parpadeo, y un estrépito resonó en toda la sala, inundándola de polvo y espantándo a las fieras, que echaron a correr de vuelta a la naturaleza olvidando el cuerpo que dejaban allí. Un trozo de la pared empezó a separarse de donde estaba unos momentos antes, formando una puerta abierta en el extremo opuesto a donde estaba Garold. Y la sala dejó de retumbar.

- Mira, grandullón, ¡has descubierto una puerta secreta!

Pero el grandullón tenía en la cara una mueca descompuesta y no respondió.



Continuará...

Cadaver (Maldito: Parte segunda)

- Algo no va bien.

En cualquier otro caso, Garold habría reñido a su espada por incumplir su promesa de silencio, pero no en ese caso. Mas de una vez le habían salvado la vida aquellas palabras con ese peculiar acento de óxido. Se acurrucó instintivamente contra un arbol, escudriñando en la creciente oscuridad el tramo del camino donde poco antes había acabado con la vida de una persona.

- ¿Dónde está el cuerpo? no ha pasado mucho tiempo, y no hemos escuchado cascos de caballos, no puede haber sido la guardia de la ciudad. - Sus palabras eran un mero susurro. Nadie mas que él podía oir lo que decía su arma, pero por desgracia, Garold aún no había aprendido a comunicarse como ella y todavía necesitaba las palabras.

- Pues eso me gustaría saber a mi también. Esto no significa que te hayas librado de enterrarlo.

Con un resoplido de cansancio, Garold volvió a asomar la cabeza. Su vista empezaba a fallar por la oscuridad, pero no veía nada anormal. Al menos nada más anormal que la desaparición del cadaver, claro está.

- Deberías ir a mirar.

- Primero quiero inspeccionar el terreno.

- Alguien se lo habrá llevado y nos está sacando ventaja. Los muertos no andan.

- Ni las espadas hablan, así que callate ya de una vez y déjame a mi ocuparme de esto. Que encima es culpa tuya por hacerme volver.

- ¿¡Que!? ¿¡Culpa mía!? Mira, te recuerdo que...

- Tshhhh

- No me pienso callar, que lo sepas, estamos aqui porque tú eres un irresponsable que siempre hace lo que le viene en gana, no piensas en las consecuencias de tus actos, así nunca vas a...

- Ser un caballero, blablabla, ya me conozco tu discurso, ahora cállate.

Pero la espada no se calló. Por suerte, en momentos de tensión, Garold había desarrollado la concentración suficiente para ignorar las palabras que se pronunciaban en tono metálico. Lentamente, y pasando de un árbol a otro, se acercó a la zona donde un rato antes estaba el cuerpo. Un rastro de sangre se dirigía a través de unos arbustos al este, en dirección a un pequeño bosque de robles en mitad de aquella masificación de pinos y hayas.

Su tensión flaqueó el tiempo suficiente para volver a escucharla.

- Mira, hay que ir hacia el este.

- Dime algo que no sepa.

- Perdoneme el señor sabelotodo.

Empezó a rodear los arbustos, acercándose poco a poco al rastro que el cadaver había dejado en el manto verde del suelo. Siguió un rato esta dirección hasta que vió a dónde se dirigía. Unos metros detrás del bosquecillo de robles se erguía una formación rocosa, en parte oculta por la vegetación. Parecía como si el suelo, tan verde en esa zona, tuviera un chichón hecho de piedra. El rastro llegaba justo hasta una grieta, no mas grande del tamaño de Garold, que descendía en la oscuridad.

- Que mala pinta tiene esto. - La necesidad de comunicación de la espada parecía mayor que la del resto de especies conocidas.

- No me digas que ahora vas a ser tú quién tiene miedo.

- ¿Yo? ¿Miedo? te recuerdo que, como dices tú, soy un trozo de metal. El metal no tiene miedo. Es frio, letal, no siente el dolor. Así que no me vengas con esas.

- Que tienes miedo.

- Cállate.

- ¿Cómo?. Perdona, ¿Cómo? ¿Ahora eres tú quien me pide que me calle? Esto sí que tiene gracia. - Sin darse cuenta, la eufória hizo que Garold subiera el tono de su voz mas allá de lo que se consideraba recomendable en una incursión silenciosa. Se dió cuenta cuando la cicatriz que hendía la roca y servia como entrada, estalló en un gruñido estridente que pareció cortar de un plumazo toda la paz que pudiera albergar la noche.

- ¿Qué ha sido eso?

- Mierda. Pues creo que eso significa que es hora de utilizarte, así que portate bien. ¿No querías a tu ladrón de cadáveres? - Mientras escuchaba unas pisadas acercándose, Garold se alejó unos metros de la grieta, blandió el arma con una mano, y se preparó para enfrentarse a lo que fuese que estaba por salir.



Continuará...

Bandido (Maldito: Parte primera)

El cuerpo se derrumbó inerte sobre la tierra seca.

- Otra vez lo has hecho fatal - La espada era majestuosa. La hoja curva, larga, y tan afilada que podía cortar incluso el silencio. La empuñadura era entera de oro, con joyas que refulgían en infinidad de colores, mostrando un dragón con ojos de azabache exhalando un aliento de rubíes. Era una obra de arte magnífica. Pero su voz sonaba como el entrechocar de dos cacerolas.

- Pues el cadaver que hay en el suelo no es mío. No creo que haya ido tan mal.

- Si. Ya. Pero mirate el pecho y esa pierna, listo. Hasta aquel árbol tiene mejor juego de piernas que tú. - Tenía razón, la pernera derecha y la vieja camisa de Garold empezaban a teñirse de un tono carmesí.

- No son mas que rasguños, eso se cura dentro de un rato en la posada con unas cervezas. - Mientras hablaba, sus manos revolvían entre las pertenencias del cuerpo que tenía a sus pies.

- Pensarás enterrarle ahora, ¿no?.

- No.

- ¿Por qué?.

- Porque está anocheciendo y no hay tiempo. Y además era un bandido.

- ¿Y por eso le estás saqueando?.

- Si.

- ¿Y dices que él era el bandido?.

- Si.

- Pues viva el heroísmo.

- Déjame en paz.

- Y cuando termines, qué toca, ¿profanar cadáveres o violar doncellas?

- Pues como no te calles, lo que te va a tocar a tí es volver al castillo donde te encontré. O a lo mejor te vendo. Seguro que me darían un buen montón de dinero.

- Ya, seguramente. Pero está por medio el detalle de que estás maldito y no puedes separarte de mí. Vaya, yo sólo te lo recuerdo. Sin animo de ofender. No es por desanimarte. Siempre con mis respetos.

Garold inspiró y expiró varias veces intentando encontrar la calma mientras echaba a andar, siguiendo el camino serpenteante que les llevaba de vuelta a la cuidad. Y a la posada. A veces la espada le sacaba de sus casillas. Pero tenía razón, estaba maldito. No podía separarse mas que unos metros de ella sin que el dolor de cabeza fuera insoportable. En qué momento se le ocurriría investigar en el pasadizo. Por eso le llaman pasadizo y no pasillo. Si está detras de una puerta secreta, será por algo, para pasar de largo por ejemplo. Pero no, él tuvo que entrar a investigar, y luego pasa lo que pasa. Y a Garold le pasó.

- Eh. - El familiar sonido de cacerolas le sacó de su ensoñamiento.

- Cállate.

- ¿En serio vas a dejar allí a aquel hombre?

- ¿Si vuelvo y le entierro te callarás?

- Si.

- Un dia entero.

- Hasta mañana.

- Hasta mañana por la noche. Veinticuatro horas.

- Entonces no. ¿Qué mas me da a mi que dejes allí el cuerpo en mitad del camino?. Tú has sido quién le ha matado, debería cargar sobre tu conciencia. Seguro que tenía mujer e hijos, y que les encantaría encontrarse con el cuerpo allí tirado, con animales comiendoselo, o haciendo alguna de esas cosas que haceis los seres vivos, yo que se. Seguro que...

- VALE. Hasta mañana por la mañana, pero callate, por favor, ya voy. - Si le hubiesen preguntado en ese mismo momento, Garold habría asegurado que la espada tenía una mueca burlona. No habría sabido decir exactamente en qué parte podría tener eso un trozo de oro y metal, pero lo habría jurado por la dignidad de su propia madre.

Parecía que la noche iba a ser mas larga de lo normal.


Continuará...

Kanji

Aquella mañana como todas desde las tres últimas, llegó el correo electrónico. Mismo formato que los anteriores. El mismo de siempre. Sin asunto, de una dirección desconocida, sin texto, y con una imagen distinta cada vez. Sabía que era una tontería pasarle el antivirus, pero aun así, lo hizo, como todas las mañanas. No tenía virus. Lo eliminó directamente.

La primera vez le hizo gracia abrir la imagen y econtrarse aquellos trazos de estilo oriental formando una palabra. Estaban de moda, la gente se los tatúaba por el cuerpo, aun sin saber lo que significaban.

Preguntó a sus compañeros de trabajo por el responsable de la imagen. Nadie sabia nada, pero ¿de verdad deseaba una respuesta?. Sara tenía uno de esos símbolos tatuados. Kanji. Un nombre. No le hacía falta mas, era un misterio, y le encantaban los misterios. Cuando empezó a buscar entre los kanjis y descubrió que existían alrededor de cincuenta mil, y que muchos eran similares hasta rozar lo absurdo, se desanimó. Pero siguió buscando, primero entre los mas típicos. Ese lo tendría alguien tatuado y esa persona sería quien le mandó el correo. O encontraría mas pistas después.

Cuando por la noche en su casa el sueño empezó a amenazarle, dió con la respuesta al enigma y se echó a reir. Había solucionado el reto. Risa. Precisamente ese era el significado, por fin lo encontró en una página. No le recordaba a nadie, pero ya saldría el culpable, solo era cuestión de tiempo.

A la mañana siguiente no apareció el responsable de aquel correo. Ni a la siguiente. Ni la de después. Poco a poco, mientras el juego y el misterio se deshacían tornandose en incordio, dejó de buscar significados. Madre, viento, luz, isla, cruzar. No tenían sentido, no componían una frase. Cada dia el símbolo era distinto, y la dirección que los mandaba también. Era una tontería bloquearla porque a la mañana siguiente le llegaría de otra, y se cansó de pasar noches enteras buscando sentido a unos trazos que no le reportaban nada. Tomandose como víctima del correo basura, empezó a ignorar completamente los correos. O podría decirse que lo hizo hasta que cambiaron de formato.

Cuando llegó por la tarde a casa, había un sobre debajo de la puerta. Blanco, inmaculado, sin remite ni remitente. Con un folio dentro del mismo color y unos trazos ocupando toda la página. Su sangre se congeló al instante. Aquel kanji no era de los mas típicos, pero tras semanas buceando entre ellos, reconoció su significado.

Mientras el suelo se lamentó de un impacto al encontrarse de repente con el sobre, unas manos temblorosas sujetaban débilmente el papel que habría de caer despues. Aquel simbolo, al igual que tiempo antes con la risa, también significaba lo que sentía en ese momento.

Miedo.

Ladrón

El espeso manto de nubes acechaba sobre su cabeza. Pendientes. Parecían a punto de descargar su infinito pesar sobre el pavimento, sin dejar que una pizca de claridad nocturna se filtrase a traves de ellas. Pero eso a él le favorecía.

Mientras las contemplaba embelesado, el tañir de una campana rasgó el silencio de la noche. Una. Dos. Las fué contando una a una, a sabiendas de la hora que era pero esperando una confirmación, por si el tiempo había decidido jugarle una mala pasada esa noche. El silencio que acompañó a la undécima, indicó que había llegado la hora. Todo estaba planeado. Como siempre.

El trabajo era fácil, solo tenía que escalar un poco, entrar por la ventana que daba al callejón, abrir la caja fuerte y llevarse el rosario. Ni siquiera la caja ofecía dificultad, estaba seguro que un niño de cinco años con buen pulso podría abrirla. Seguía sin saber por qué su cliente quería aquel rosario, pero ya tendría tiempo para indagar en ello mas tarde. Tampoco le importaba demasiado.
La señora Clois vivía sola, y esa noche la pasaría en el bingo con otro puñado de cincuentonas hasta altas horas. Tuvo tiempo de hablar con ella y estudiar sus costumbres. Estaba convencido de que todas las mujeres de esa edad se alegraban de hablar un rato con un chico jóven que aparece en su casa y les muestra un poco de atención. Tanto si se hace pasar por vendedor de seguros como por testigo de Jehovah. Y esa vez, como en las demás ocasiones, tuvo razón.

Todo iba perfectamente. Se escondió en el callejón, se puso el pasamontañas, los guantes, sacó sus herramientas, y comenzó el trabajo. Todo iba perfectamente, hasta ese momento.

No había nadie en casa, de eso estaba seguro. Lo comprobó minuciosamente. Abrió la caja fuerte, cogió el rosario, y lo dejó todo tal y como estaba. Nadie podría decir que hubiese pasado por allí. Pero cuando cerró la caja fuerte y se disponía a salir, con todos sus sentidos puestos en no dejar señal alguna de su presencia, allí estaba ella. Estaba seguro de que no podía estar alli, tranquilamente sentada en el sofá, en la pared opuesta a donde él había manipulado la caja fuerte, pero estaba.

Joven, atractiva, majestuosa, con aquel traje de noche que le llegaba justo por encima de las rodillas, dejando entrever la palidez de sus piernas cruzadas.Todo en ella era blanco, sus zapatos, con aquel tacón imposible, su pálida piel, su vestido. Incluso su cabello era de un dorado tan ténue, que en algunos destellos podía haber desafiado a la mas absoluta de las nieves, a sabiendas de que ganaría. Parecía una manifestación de la pureza. Si no tenías en cuenta los ojos. Esclavos del mismo tono inmaculado que envolvía el resto de su ser, excepto por el iris y la pupila, competamente negros, otorgando un aspecto antinatural, como si, mas allá de esos ojos, descansara el infinito.

No podía ser real. Se quedó perplejo, quieto, sin respirar ni mover ninguna partícula de su ser. Mantenía la esperanza de que aquella persona que adornaba de una manera tan espléndida el sofá, fuese una mala jugada de su cerebro. Pero aquellos ojos no se apartaban de él.

Y entonces, se dió cuenta. A su lado, en el sofá, descansaba una mochila exactamente igual a la que llevaba él a la espalda, pero abierta. Se dió cuenta, únicamente porque ella movió un brazo, lentamente, y sacó de ella un rosario idéntico al que acababa de coger de la caja fuerte. O habría sido idéntico, si no hubiera estado impregnado de sangre. Esta goteó del rosario sobre su vestido, ensuciando su imagen inmaculada, abofeteando la pureza que pudiera insinuar. El tiempo transcurrió, y mientras sus pulmones se habían puesto de acuerdo en mantenerle vivo, el resto de su cuerpo se negaba a moverse, embelesado con aquella imagen de rojo, blanco y negro que no le permitía siquiera pensar. Sus oidos captaron un sonido en la calle, pero este pasó de uno a otro sin dejar ninguna muestra de su paso. Y entonces, momentos antes de que el sonido de una nueva campanada inundara la noche, el rosario dejó de gotear, y ella parpadeó, y desapareció.

Su cabeza se llenó de cosas. Ideas, que pasaban y se iban tan rápido que a punto estuvo de perder el equilibrio. Se acercó a tientas a la ventana, moviendose a una velocidad con la que habría perdido todas las carreras que se le hubieran ocurrido contra un puñado de caracoles. Sin dejar de pensar ni de imaginar. Instintivamente echó mano a su mochila. El rosario estaba allí. Y la mujer de blanco no. Suficiente. Habría tiempo de pensar mas tarde. Pero algo no cuadraba. ¿Cuantas campanadas habían sonado?. ¿Cúanto tiempo llevaba allí?. Demasiado. Abrió la ventana y se dispuso a bajar, a volver a cualquier sitio mas seguro donde su imaginación no pudiera traicionarle. Y otra vez el rojo invadió su cerebro.

Algo había pasado en la calle. Había un cuerpo, totalmente inmovil. Por el aspecto que tenía, podía haber sido perfectamente una víctima de las bandas que rondan las calles cada noche. Pero, ¿Como había pasado eso?. ¿Cuando?. Ocurrió dos pisos debajo suya, tuvo que oir algo. Bajó lo mas rápido que pudo, se quitó el pasamontañas, y echó a andar fuera de aquel lugar. Mientras el viento le azotaba, y la amenaza de lluvia se hacía mas intensa, algo en su cerebro estalló. Una idea, mas fuerte que las demás, pudo alojarse por fin en su cabeza: ¿Que hubiera pasado si hubiera bajado antes al callejón?.

Le daba igual si la mujer de blanco había existido, si era una alucinación, un fantasma, o la diosa de los ladrones, protegiéndole. Le daba igual si se había quedado dormido o si el rosario no quería caer en manos de una banda callejera. Aquella noche volvería a casa, se daría una ducha y dormiría intentando no pensar en nada. Mañana tendría tiempo de pensar en la mujer de blanco y en qué hacer con ese rosario.

Impaciente

Siempre he sido impaciente. No me preguntes por qué forcé la situación, porque no te lo diré. No me preguntes por qué podía mentar tan alegremente esos sentimientos, aun siendo tan pronto para tí, porque no lo sé. No me reproches no conocerme lo suficiente, pues no me lo creeré. La parte de mí que te ama nació hace mucho tiempo, quizás aún antes de conocerte. No podías pedirme que la silenciase hasta el "momento exacto", pues a ese, nunca le conoceré. Sé cuales son mis defectos, y este es uno de ellos. Se implantó en mi cabeza aún antes de que tuviera consciencia de quién era y me acompañará siempre. Asi que viviré con él, y sólo a él pediré explicaciones cuando recuerde por qué te perdí...

Agua

Casi podía contar cada gota de agua.

Le encantaba caminar los días de tormenta. Así, sin paraguas, sin ataduras con forma de teléfono móvil, o reloj. Sin hora de partida ni de regreso más que la que él mismo quisiera ponerse. Y no regresaría hasta que el agua dulce que caía sobre él, le limpiara por dentro.

Mientras andaba sobre los adoquines, contemplando cómo cambiaban gradualmente de color por el agua, la gente a su alrededor corría desesperada buscando cobijo. Adultos, jóvenes, ancianos. Todos huían cuando el cielo lloraba. Pero entre todas ellas, vió también a una persona andando tranquilamente, como él mismo, sin preocuparle tampoco estar calado hasta los huesos. Cruzaron una mirada y descubrieron un brillo de complicidad. Eso bastaba. Aquel ser errante, sin nombre, también tenía pecados que limpiar bajo la lluvia.

Un par de calles mas adelante, llegó a su destino. El olor a tierra mojada, aun siendo la de un pequeño parque en una metrópolis de hierro y hormigón, le hacía sentir mas puro, menos miserable. Extendió los brazos bajo un roble, y comenzó a vaciar su cabeza de todo pensamiento mientras las gotas de agua caian sobre su cuerpo. Resbalaban por su cara, corrían inquetas buscando un precipicio por el que llegar al suelo, pero cada vez les resultaba mas difícil. Cada experiencia, cada desengaño, cada mala noticia, cada susurro o cada grito dicho en mal momento, cada amor perdido, cada trabajo rechazado, cada deuda por pagar, cada vida o cada muerte cercana, cincelaban una arruga mas en aquel rostro. A veces las arrugas eran imperceptibles, otras veces, insalvables, obligándo a las gotas a cambiar de rumbo precipitadamente, pero cada una de ellas era otra prueba más que debían superar antes de encontrar su destino en la tierra.

El tiempo, que siguió transcurriendo con la misma celeridad con la que lo ha hecho siempre, en algún momento despues se permitió decidir que el cielo cambiase de color. Poco a poco el tono gris fue disipándose para dejar paso a la luna y a los pequeños diamantes que aún brillaban con ella en el firmamento. Y poco a poco también, iba llegando la hora de volver a casa. Era posible que a la mañana siguiente tuviera una pulmonía, pero también tendría menos problemas por los que preocuparse...

Bosque

El sonido que arrancaban las hojas de los árboles al chocar unas con otras le ponía nervioso.

- ¿Cuánto llevamos ya aquí esperando?. Óscar se dirigía a Leo en un tono muy bajo y mirando a todas partes como si hubiera espías entre los arbustos que tenían enfrente.

- Ni idea, tío.

- Tampoco tenían que ir a fabricar la leña, sólo traerla.

Mientras hablaban, los rescoldos de la hoguera parecían moverse inquietos, como esperando comida para continuar alumbrando la noche que se cernía sobre ellos en aquel bosque.

- ¿Has oído eso?.

- ¿El qué?.

- Eso, tio, el ruido. Sshhhh, ha venido de aquellos arbustos, parecía la voz de alguien.

- Anda, dejate de rollos, tómale el pelo a tu padre.

Leo se levantó de repente, acercándose lentamente y con paso sigiloso hacia aquellos arbustos. Al menos, movía su cuerpo de manera que podía considerarse sigilosa, mientras sus pies iban aplastando pequeñas ramas a cada paso.

- ¿Pero qué haces? ven aquí, gilipoyas.

- Shhhh, ¿y si al volver con la leña les ha pasado álgo? - De repente se metió entre los arbustos y desapareció en la oscuridad del bosque.

- Leo.

- Leo, vuelve subnormal.

Se escuchó otro ruido, esta vez con mas claridad, desde la dirección opuesta a la que se había ido su amigo. Y no era la voz de ninguna persona.

Oscar se revolvió en su asiento improvisado con una piedra. Un escalofrío recorrió su columna vertebral hasta la base, y su frente empezaba a aparecer perlada de un sudor frío.

- Venga, salid ya de ahí cabrones, habeis hecho que Leo se fuera a buscaros por allí atrás- Habló otra vez muy bajito, en un tono casi imperceptible para sus propios oídos, mientras su brazo se estiraba para señalar a su espalda los arbustos por donde desapareció su amigo. Aún así, no dejó en ningún momento de mirar la zona por la que había escuchado el ruido. Tal vez por eso, cuando su mano tocó aquella cosa, su corazón estuvo a punto de pararse. Intentó recoger el brazo, lenvatarse y correr todo lo que le permitieran sus piernas. Pero sus piernas no le permitían movimiento alguno. Ni siquiera el resto de su cuerpo se puso de acuerdo en mandarle a su brazo una señal para que volviera. Lo único que sí hizo, en contra de su voluntad y de todo lo que podía considerar lógica, fue volver la cara lentamente hacia lo que fuese que estaba a su espalda. El cuello giró, mientras el mundo se paralizaba para que pudiera saborear aún mas el miedo que sentía. Y se encontró con eso.

Toda duda y lugar a la imaginación desaparecieron como consumidos en la hoguera, y Oscar comtempló lo que había tocado su mano. No mediría menos que él de alto. El cuerpo era de aspecto gris lechoso, y parecía rodeado por una cápa gélida de gelatina alrededor de la piel. Donde las personas tenían los brazos, aquella criatura también los tenía. Parecía un poco mas normal por ello, excepto si bajabas la vista. En los laterales del torso, a la altura del estómago, volvía a tener brazos de nuevo, y estos tenían apoyados los puños en el suelo, cerca de sus pequeñas patas, como si un gorila se hubiera cansado de serlo y pudiera convertirse en una aberración manteniendo sus costumbres.

Pero lo que realmente hizo que Oscar perdiese el conocimiento, fue la cara. Era del mismo tono y textura que el resto de la piel, pero no tenia orejas, ni nariz, cejas o algún tipo de cabello. Lo único que adornaba el óvalo de su cara eran dos ojos anormalmente grandes, negros como pozos de petróleo y de la misma viscosidad. Y colmillos. Ni siquiera vió si estaban atados a una boca, simplemente donde la gente tiene labios, aquella criatura tenía dientes afilados que sobresalían en todas las direcciones, mezclándose incluso unos con otros.

No pudo gritar. Mientras sentía que perdía el conocimiento, su última visión fue que los colmillos en efecto, se podían separar, mostrando un agujero mas negro que las tinieblas, y que los dos brazos superiores le agarraban de los hombros. Dejó de ver mas.




Mientras los padres de Oscar escuchaban de boca del médico su diagnóstico, - intoxicación aguda por alucinógenos -, Leo sacó la mochila de la habitación del hospital, y buscó en ella alguna sustancia que pudiera traerle aún mas problemas por hoy. Nada. No había nada. Registró la mochila entera, pero lo único que encontró fue una carpeta llena de dibujos y mas dibujos con aquellos personajes y criaturas que nunca existirían...