jueves, 24 de noviembre de 2005

Luna

Frio.

Era lo único que podía sentir alli sentada en el suelo de su habitación. Toda su ropa estaba desperdigada por el suelo cómo ramas seccionadas de un arbol por un extraño capricho, y Nuria temblaba desnuda en la esquina más alejada de la puerta, aunque ella intentaba que fuese la esquina mas lejana del universo.

Sólo podía pensar en una cosa, la luna.

Otra vez salía tarde de clase para variar. De camino a casa hizo el recorrido de siempre, le encantaba pasar por la catedral, aunque tuviera que andar casi el doble de camino, pero siempre compensaba, tanto si llovía como si el hambre podía con ella. Se sentía hipnotizada por la fachada gótica, las gárgolas, las columnas. Pero también le encantaba el ambiente misterioso que siempre rodeaba a la estructura de piedra que llevaba siglos observando el mundo que pasaba debajo. La gente de todas las edades que se reunían alli, que quedaban, los turistas que la visitaban, y las gitanas. Sobre todo las gitanas, de las que se acordaría tiempo mas tarde cuando la sangre se le escapaba de su cuerpo.

Siempre estaban allí, lloviese, tronase o hiciese un calor que derritiera el asfalto. Siempre con sus ramos de tomillo en la mano esperando que pasases al lado para prometerte un regalo, y maldiciendote si pasabas de largo sin dejarles leer tu porvenir por unas monedas. La fuerza de la costumbre hizo que permitiesen a Nuria pasar libremente entre ellas, como si se tratara de uno mas de los animales que rondaban por allí, sin siquiera lanzarle una mirada. Era recíproco, Nuria también las ignoraba, y se sentía feliz de no atraer sus miradas, pero aquel día tenía un mal presentimiento. Supo desde el principio que algo andaba mal, sentía los ojos clavándose en ella mucho antes de doblar la esquina y ver a la gitana. No era ninguna de las de siempre, que también andaban por allí pero no parecían reparar en la presencia de la nueva. Y no apartaba sus ojos de Nuria.

Todo lo recordaba vagamente mientras el frio se apoderaba de ella en la habitación. Recordaba a la extraña gitana de profundos ojos verdes que nunca llegó a decir nada mientras se cruzaban por la calle atestada de gente que rodeaba la catedral. Recordaba la carta que le tendió cuando pasó por su lado, y cómo sin darse cuenta la había cogido sin pararse siquiera a pensar lo que estaba haciendo. Recordaba haber recorrido casi todo el resto del camino a casa sin saber si andaba por la calle o se hundía en un océano de preguntas, y nunca dejó de recordar la figura de la luna en la carta del tarot que hizo el viaje de vuelta con ella.

A la mañana siguiente volvió como todos los dias a la catedral, a devolverle a aquella gitana su carta y a preguntarle el significado, pero no la encontró, y ninguna de las demás le dirigió la palabra. Tampoco nadie parecía haber visto nunca a la gitana de ojos verdes que no tenía tomillo entre sus manos.

O nadie le decía la verdad.

Nuria no era muy confiada, pero aquello torció sus nervios y disolvió el pacto velado que tenía con el resto del universo. Tras esa mañana no volvió a pasar por la catedral. Ahora era territorio exclusivo de las gitanas y sus miradas hostiles. Y las de los turistas, cuando les preguntaba por la mujer que nunca vió nadie. No aguantó tampoco las negativas de las parejas de enamorados que siempre estaban por allí, ni las del hombre del kiosko, siempre atento a todo lo que pasaba en los alrededores. Tampoco pudo entender cuando dos policías la agarraron por los brazos y se la llevaron a comisaría, con el burdo pretexto del escándalo público. Seguro que ellos tampoco entendían la frustración de Nuria ni el sentimiento de que todo el mundo la engañaba. Y seguro que ninguno sabía el significado de la carta. Pero ella sí lo sabía, lo miró en internet, y estaba segura de que la gitana de ojos verdes se estaría riendo de ella mientras preparaba otro plan.

En la oscuridad de su habitación, sintiendo cada vez mas frío, Nuria también recordó como pasaron los días, cómo la gente gente la miraba al pasar a su lado. Y después, las miradas de complicidad entre ellos. Y lo peor era con sus amigos. Tampoco ayudaron. A los que mandó a los alrededores volvieron sin ninguna información, y con un ramo de tomillo en sus manos, como si el destino le jugara una broma cruel. Nadie parecía entender lo que pasaba. Ninguno comprendía el plan que se cernía sobre Nuria, y ella tampoco podría confiar en nadie hasta que todo pasara.

Llevaba días en su habitación, en aquella esquina, encerrada para el mundo y encerrada dentro de sí misma. Y entonces sonó el timbre. Una vez. Y otra. Y otra. Pero no la cogerían, no. Eso no pasaría jamás. Y mientras el ultimo aliento se escapaba de su pecho y la sangre que manaba de sus muñecas se filtraba en la alfombra de la habitación, Nuria se acordaba de las gitanas, y de la catedral, pero sobre todo, de la luna.


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