domingo, 12 de marzo de 2006

Cadaver (Maldito: Parte segunda)

- Algo no va bien.

En cualquier otro caso, Garold habría reñido a su espada por incumplir su promesa de silencio, pero no en ese caso. Mas de una vez le habían salvado la vida aquellas palabras con ese peculiar acento de óxido. Se acurrucó instintivamente contra un arbol, escudriñando en la creciente oscuridad el tramo del camino donde poco antes había acabado con la vida de una persona.

- ¿Dónde está el cuerpo? no ha pasado mucho tiempo, y no hemos escuchado cascos de caballos, no puede haber sido la guardia de la ciudad. - Sus palabras eran un mero susurro. Nadie mas que él podía oir lo que decía su arma, pero por desgracia, Garold aún no había aprendido a comunicarse como ella y todavía necesitaba las palabras.

- Pues eso me gustaría saber a mi también. Esto no significa que te hayas librado de enterrarlo.

Con un resoplido de cansancio, Garold volvió a asomar la cabeza. Su vista empezaba a fallar por la oscuridad, pero no veía nada anormal. Al menos nada más anormal que la desaparición del cadaver, claro está.

- Deberías ir a mirar.

- Primero quiero inspeccionar el terreno.

- Alguien se lo habrá llevado y nos está sacando ventaja. Los muertos no andan.

- Ni las espadas hablan, así que callate ya de una vez y déjame a mi ocuparme de esto. Que encima es culpa tuya por hacerme volver.

- ¿¡Que!? ¿¡Culpa mía!? Mira, te recuerdo que...

- Tshhhh

- No me pienso callar, que lo sepas, estamos aqui porque tú eres un irresponsable que siempre hace lo que le viene en gana, no piensas en las consecuencias de tus actos, así nunca vas a...

- Ser un caballero, blablabla, ya me conozco tu discurso, ahora cállate.

Pero la espada no se calló. Por suerte, en momentos de tensión, Garold había desarrollado la concentración suficiente para ignorar las palabras que se pronunciaban en tono metálico. Lentamente, y pasando de un árbol a otro, se acercó a la zona donde un rato antes estaba el cuerpo. Un rastro de sangre se dirigía a través de unos arbustos al este, en dirección a un pequeño bosque de robles en mitad de aquella masificación de pinos y hayas.

Su tensión flaqueó el tiempo suficiente para volver a escucharla.

- Mira, hay que ir hacia el este.

- Dime algo que no sepa.

- Perdoneme el señor sabelotodo.

Empezó a rodear los arbustos, acercándose poco a poco al rastro que el cadaver había dejado en el manto verde del suelo. Siguió un rato esta dirección hasta que vió a dónde se dirigía. Unos metros detrás del bosquecillo de robles se erguía una formación rocosa, en parte oculta por la vegetación. Parecía como si el suelo, tan verde en esa zona, tuviera un chichón hecho de piedra. El rastro llegaba justo hasta una grieta, no mas grande del tamaño de Garold, que descendía en la oscuridad.

- Que mala pinta tiene esto. - La necesidad de comunicación de la espada parecía mayor que la del resto de especies conocidas.

- No me digas que ahora vas a ser tú quién tiene miedo.

- ¿Yo? ¿Miedo? te recuerdo que, como dices tú, soy un trozo de metal. El metal no tiene miedo. Es frio, letal, no siente el dolor. Así que no me vengas con esas.

- Que tienes miedo.

- Cállate.

- ¿Cómo?. Perdona, ¿Cómo? ¿Ahora eres tú quien me pide que me calle? Esto sí que tiene gracia. - Sin darse cuenta, la eufória hizo que Garold subiera el tono de su voz mas allá de lo que se consideraba recomendable en una incursión silenciosa. Se dió cuenta cuando la cicatriz que hendía la roca y servia como entrada, estalló en un gruñido estridente que pareció cortar de un plumazo toda la paz que pudiera albergar la noche.

- ¿Qué ha sido eso?

- Mierda. Pues creo que eso significa que es hora de utilizarte, así que portate bien. ¿No querías a tu ladrón de cadáveres? - Mientras escuchaba unas pisadas acercándose, Garold se alejó unos metros de la grieta, blandió el arma con una mano, y se preparó para enfrentarse a lo que fuese que estaba por salir.



Continuará...

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