domingo, 12 de marzo de 2006

Agua

Casi podía contar cada gota de agua.

Le encantaba caminar los días de tormenta. Así, sin paraguas, sin ataduras con forma de teléfono móvil, o reloj. Sin hora de partida ni de regreso más que la que él mismo quisiera ponerse. Y no regresaría hasta que el agua dulce que caía sobre él, le limpiara por dentro.

Mientras andaba sobre los adoquines, contemplando cómo cambiaban gradualmente de color por el agua, la gente a su alrededor corría desesperada buscando cobijo. Adultos, jóvenes, ancianos. Todos huían cuando el cielo lloraba. Pero entre todas ellas, vió también a una persona andando tranquilamente, como él mismo, sin preocuparle tampoco estar calado hasta los huesos. Cruzaron una mirada y descubrieron un brillo de complicidad. Eso bastaba. Aquel ser errante, sin nombre, también tenía pecados que limpiar bajo la lluvia.

Un par de calles mas adelante, llegó a su destino. El olor a tierra mojada, aun siendo la de un pequeño parque en una metrópolis de hierro y hormigón, le hacía sentir mas puro, menos miserable. Extendió los brazos bajo un roble, y comenzó a vaciar su cabeza de todo pensamiento mientras las gotas de agua caian sobre su cuerpo. Resbalaban por su cara, corrían inquetas buscando un precipicio por el que llegar al suelo, pero cada vez les resultaba mas difícil. Cada experiencia, cada desengaño, cada mala noticia, cada susurro o cada grito dicho en mal momento, cada amor perdido, cada trabajo rechazado, cada deuda por pagar, cada vida o cada muerte cercana, cincelaban una arruga mas en aquel rostro. A veces las arrugas eran imperceptibles, otras veces, insalvables, obligándo a las gotas a cambiar de rumbo precipitadamente, pero cada una de ellas era otra prueba más que debían superar antes de encontrar su destino en la tierra.

El tiempo, que siguió transcurriendo con la misma celeridad con la que lo ha hecho siempre, en algún momento despues se permitió decidir que el cielo cambiase de color. Poco a poco el tono gris fue disipándose para dejar paso a la luna y a los pequeños diamantes que aún brillaban con ella en el firmamento. Y poco a poco también, iba llegando la hora de volver a casa. Era posible que a la mañana siguiente tuviera una pulmonía, pero también tendría menos problemas por los que preocuparse...

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