miércoles, 28 de diciembre de 2005

Cocos

- Gira ahora a la derecha.

La criatura obedeció y giró su enorme cuerpo en la dirección que Oliver le había indicado, cortando el viento mientras sobrevolaban las islas. Oliver era el único que iba detrás, sentado en una pila que había hecho apelmazando y colocando cojines por su color y tamaño. Siempre se entretenía cogiendo los verdes y poniéndolos a la derecha, mientras que los azulados quedaban a la izquierda. Al final, cuando viajaba solo como ahora, siempre acababa juntándolos casi todos debajo de él, y así podía asomarse sentado al borde de la cesta.

Veía desfilar en todas las direcciones infinidad de pequeñas islas, con palmeras tan altas como docenas y docenas de personas juntas. Muchas veces las palmeras median tanto que ridiculizaban el propio diámetro de la isla, dando la sensación de que al mar le crecían multitud de penachos de pelo verde y marron.
Embelesado con el paisaje que tantas veces había visto, Oliver encontró el destello que buscaba, pero en el lugar equivocado.

- ¡Ey! ¡Nos hemos pasado!, es allí atras. - Se alejó de un salto de su trono acolchado, gritando hasta que su mano izquierda palmeó la espalda de la criatura. Como si sus gritos no fueran suficientes, cuando sólo había que mirar el tamaño de las orejas con que contaba su transporte.
La criatura era mucho mas alta que una persona, y también muy gorda. A Oliver siempre le recordaban a conejos gigantes, y realmente no diferían mucho de estos, excepto en que iban erguidos, y las dos patas delanteras las usaban para sujetar la cesta que hacía las veces de mochila y en la que transportaba a los viajeros. Parecía mentira además, que una criatura como aquella pudiera volar girando sus largas orejas como si fueran una hélice. Pero esa era su forma de moverse, y en cualquier momento podías mirar el cielo y verlo tachonado de gocochos.

Poco a poco las orejas fueron deteniéndose sobre la pista que había en la palmera, y Oliver bajó de un salto, metió la mano en la bolsa de piel que llevaba colgada del hombro y sacó una moneda, grande y azul, con la cara del rey coco. La lanzó al aire con la misma destreza con que las patas peludas la recogieron.

- Gracias, señor gococho.

- De nada Oliver, a mandar.

Saludó cordialmente a los cocos que trabajaban en aquel grupo de palmeras, y fué directo a la que servía para bajar. Era una de las que tenían el tronco mas alto, y en él estaban talladas unas escaleras que descendían circularmente. También habia otra palmera similar para subir, por supuesto.
Una vez abajo, casi no tuvo que andar para llegar a la casa de Naiso. Técnicamente se podía decir que ni siquiera tuvo que andar, pues éste decía que el terreno era suyo antes que de la palmera, y construyó su casa alrededor, dejándola como si en realidad ella hubiera crecido siempre encima de su tejado.

Oliver encontró la puerta abierta y a su amigo de espaldas a él, con un martillo en una mano y aporreando algo que había sobre una mesa, en el fondo del salon. Este era enorme, lleno de dibujos de extrafalarios inventos, de los cuales destacaba el del Gocochóptero, que parecía tener también orejas giratorias, pero estas eran rígidas, y era un aparato mucho mas pequeño, ¡parecía que tenía la cesta dentro, y que solo cabía una persona!.
Después de un rato escuchando golpes, decidió que no percibían su presencia lo suficiente.

- ¡Hola Naiso!

- Ah!, hola Oliver, ven aquí, tengo algo para tí. - Dos martillazos después, se giró, mostrando a escasos centímetros de la cara de su invitado su última creación. Parecía un reloj normal, redondo, grande, pero además era muy ancho, y en la parte de arriba parecía tener dos caparazones metálicos, cada uno aproximadamente de un tercio del diámetro del reloj. Y en medio de las dos conchas metálicas, habia un pequeñísimo martillo, ante el cual, Oliver no hizo otra cosa mas que preguntar para qué servía. La cara del inventor se iluminó de alegría ante la posibilidad de poner el invento a funcionar, así que giró un mecanismo en la parte de atrás del reloj, y de repente, el mundo se oscureció.



Volvió a iluminarse poco a poco, conforme Oliver se despertaba y comprobaba que no había palmeras ni cocos, y que tampoco habia sonado su despertador a la hora que debería haber sonado...

Otra vez llegaba tarde al trabajo.


sábado, 10 de diciembre de 2005

Guerrero

Esto no pinta mucho, pero tenía ganas de subirlo. Es un trocito de un libro que me leí hace tiempo, y a mí personalmente me gustó.


Un guerrero de la luz siempre hace algo fuera de lo común.

Puede bailar en la calle mientras se dirige al trabajo, mirar a los ojos de un desconocido y hablar de amor a primera vista, defender una idea que pueda parecer ridicula. Los guerreros de la luz pueden permitirse tales días.

No tiene miedo de llorar antiguas penas, ni de alegrarse con nuevos descubrimientos. Cuando siente que llegó el momento, lo abandona todo y parte hacia su aventura soñada. Cuando entiende que está en el límite de su resistencia, sale del combate, sin culparse por haber hecho alguna locura inesperada.

Un guerrero no pasa los dias intentando representar el papel que otros escogieron para él.


Paulo Coelho. Manual del guerrero de la luz.



Ah, y la semana que viene, toca puesta en orden de todo... de mi vida, mis pensamientos, pasar mis relatos aquí... y sí, la semana que viene prometo que subiré algo. Un saludo a todos,


R.-